El autor expone que el jihadismo brutal del Estado Islámico, "Daesh" según su acrónimo árabe, tiene sus raíces en doctrinas religiosas radicales que son difundidas y enseñadas gracias a recursos provistos por Arabia Saudita. Dichas doctrinas se encuentran en el centro de la estructura de poder teocrático de ese país. Mientras que las alianzas políticas de Occidente con Arabia Saudita no permitan reconocer esta situación, la lucha contra Daesh sólo atacará a los efectos pero no a las causas del problema.


NYT, The Opinion Pages, 20 de noviembre de 2015

por Kamel Daoud

 

Arabia Saudita: un Estado Islámico exitoso

 

Daesh(*) negro, Daesh blanco. El primero degüella, mata, lapida, corta las manos, destruye el patrimonio de la humanidad y detesta la arqueología, las mujeres y los extranjeros no musulmanes. El segundo se viste mejor y anda más limpio, pero hace las mismas cosas: El Estado Islámico y Arabia Saudita. En su lucha contra el terrorismo, Occidente hace la guerra contra los unos al mismo tiempo que se da la mano con los otros. Esta es una mecánica de negación, pero la negación tiene un precio: Se quisiera salvar la querida alianza estratégica con Arabia Saudita olvidándose de que este reino está fundado sobre otra alianza, con un clero religioso que produce, legitima, expande, predica y defiende el wahabismo, un islamismo ultra puritano en el que se nutre Daesh.

El wahabismo, radicalismo mesiánico nacido en el siglo 18, tiene como idea la restauración de un califato fantasioso centrado en un desierto, un libro sagrado y dos sitios santos: La Meca y Medina. Es un puritanismo nacido en la masacre y la sangre y que se traduce hoy por una relación surrealista con la mujer, la prohibición para los no musulmanes de penetrar en el territorio sagrado y feroces leyes religiosas. Así como una relación enfermiza con la imagen y con la representación, por lo tanto con el arte, así como con el cuerpo, la dasnudez y la libertad. Arabia Saudita es un Daesh al que le fue bien.

La negación de occidente frente a este país es sorprendente: se saluda a esta teocracia como a un aliado y se hace de cuenta de que no se ve que ella es el principal mecenas ideológico de la cultura islamista. Las nuevas generaciones extremistas del llamado "mundo árabe" no nacieron jihadistas. Ellas han sido amamantadas por el Fatwa Valley, especie de Vaticano islamista con una vasta industria que produce teólogos, leyes religiosas, libros y agresivas políticas editoriales y mediáticas.

Sin embargo uno podría preguntarse: ¿Pero acaso Arabia Saudita no es también un objetivo potencial de Daesh? Sí, pero centrarse sobre este punto equivaldría a subestimar la importancia que tienen los vínculos entre la familia reinante y el clero que aseguran su estabilidad así como también su precariedad. La familia real se encuentra en una trampa perfecta: Debilitada por leyes sucesorias que favorecen la renovación, depende de lazos ancestrales entre el rey y el clero. El clero saudí produce el islamismo que, al mismo tiempo, amenaza al país pero también asegura la legitimidad del régimen.

Sólo viviendo en el mundo musulmán se puede comprender el inmenso poder transformador de las televisiones religiosas sobre la sociedad mediante sus puntos más débiles: las familias, las mujeres y los medios rurales. La cultura islamista está hoy expandida en muchos países, Argelia, Marruecos, Túnez, Libia, Egipto, Mali, Mauritania. Hay ahí miles de diarios y de televisiones islamistas (como Echouruk e Iqra), así como sectores clericales que imponen su visión única del mundo, la tradición y los modos de vestimenta, tanto en los espacios públicos como en los textos de las leyes y en los ritos de una sociedad que consideran contaminada.

Es bueno leer las reacciones de ciertos diarios islamistas a los atentados de París. Ahí se habla de Occidente como de un sitio de "países impíos"; los atentados son la consecuencia de ataques contra el Islam; los musulmanes y los árabes pasaron a ser enemigos para los laicos y los judíos. Se invoca el afecto por la cuestión palestina, la violación de Irak y los recuerdos del trauma colonial para excitar a las masas con un discurso mesiánico. Mientras que ese discurso se esparce a través del espacio social, por lo alto los poderes políticos presentan sus condolencias a Francia y denuncian un crimen contra la humanidad. Una situación totalmente esquizofrénica, simétrica a la negación de Occidente respecto de Arabia Saudita.

Todo esto lo deja a uno escéptico frente a las declaraciones altisonantes de las democracias occidentales respecto de la necesidad de luchar contra el terrorismo. Esta supuesta guerra es miope ya que se dirige al efecto más que a la causa. Antes de ser una milicia, Daesh es una cultura. ¿Cómo impedir entoncesque las generaciones futuras se inclinen por el jihadismo si antes no se agota la influencia de la Fatwa Valley, del clero, de su cultura y de su inmensa industria editirial?

¿Sería entonces tan simple curar la enfermedad? No tanto. El Daesh blanco de Arabia Saudita sigue siendo un aliado de Occidente en el tablero de ajedrez del Medio Oriente. Se lo prefiere a Irán, ese Daesh gris. Esta es una trampa y a fuerza de negarlo se llega a un equilibrio ilusorio: Se denuncia al jihadismo como el mal del siglo pero se omite ver aquello que lo creó y que lo sostiene. Esto permite salvar las apariencias pero no las vidas.

Daesh tiene una madre: la invasión de Irak. Pero también un padre: Arabia Saudita y su industria ideológica. Si bien la intervención occidental le dio razones a los desesperados del mundo árabe, el reino saudita les dió creencias y convicciones. A falta de comprender esto, se pierde la guerra aún cuando se ganen batallas. Se matarán jihadistas pero ellos renacerán en las próximas generaciones, nutridos por los mismos libros.

Los ataques en París vuelven a poner a descubierto esta contradicción. Pero, igual que después del 11 de septiembre, corremos el riesgo de borrarla de los análisis y de las conciencias.

 

Kamal Daoud, cronista del Quotidien d'Oran, es el autor de "Meursault, contre-enquête"


NdT
* Daesh: acrónimo árabe de Estado Islámico.